Título: Escritorio

Datación: siglo XVII

Técnicas y materiales: Madera, hueso y hierro policromados y dorados

Medidas: 152x109x42 cm

La decoración de las viviendas es una valiosa fuente de información sobre sus habitantes y sobre la sociedad en que viven. En ella destacan los muebles, elementos funcionales y decorativos que son fundamentales en los interiores desde la Antigüedad. A lo largo del tiempo han pasado por diversos estadios según las necesidades de cada época concreta. De ellos, algunos han caído en desuso y otros han pervivido. Además algunos han tenido un especial aprecio y a veces incluso un valor simbólico especial. Es el caso de los escritorios, un mueble típicamente castellano que conoció un extraordinario desarrollo en los siglos XVI y XVII, y del que es un buen ejemplo el ejemplar expuesto en la Sección de Bellas Artes del Museo de Burgos.

Durante gran parte de la Edad Media el mueble por excelencia era el arca. Su versatilidad y su facilidad para el transporte lo hicieron especialmente abundante. Existen multitud de variantes en función de sus materiales, dimensiones y usos. El principal de ellos era sin duda el de almacenamiento, pero también sirvieron como asientos, mesas e incluso camas. A partir del siglo XV se hacen más habituales variantes del arca muy especializadas que llegan a distinguirse por completo de su mueble de origen. Entre ellos sobresales los escritorios, que combinaban su función de guardar documentación con una superficie adecuada para la escritura. Además podían cerrarse para garantizar la seguridad del contenido y transportarse de un lugar a otro. Estos escritorios también aparecen en la documentación denominados como papeleras o contadores. Desde el siglo XIX se les conoce también como bargueños, pero esta palabra no se empleaba en su época original.

El ejemplar del Museo de Burgos consta de dos partes separadas: un cuerpo superior o escritorio y otro inferior de soporte llamado taquillón o credencia. Ambos cuentan con cajones y puertas bellamente decorados destinados a guardar papeles o pequeños objetos. Sin embargo, la parte principal es la superior, el escritorio propiamente dicho. El exterior es relativamente austero comparado con el interior. Consta de tablones lisos de nogal sobre los que destacan los herrajes magníficamente trabajados y dorados. Abrir la tapa es como descubrir un tesoro. Toda la superficie interior está cubierta de decoración tallada y dorada que deslumbra al espectador. Contiene infinidad de gavetas y puertecillas que forman una estructura arquitectónica con columnas, frontones, molduras y relieves. En el trabajo se combina la madera y el hueso, todo ello esculpido, dorado y policromado. La puerta central concentra la atención decorada con un templete o capilla que recuerda a los retablos contemporáneos. No en vano estamos ante un modelo típicamente barroco, que tuvo un enorme éxito. El soporte o taquillón tiene una decoración parecida, aunque menos prolija y con motivos de mayor tamaño.

En cuanto a su cronología no hay duda de situar este mueble en el siglo XVII, época de mayor esplendor de los escritorios, que tuvieron enorme difusión y multitud de variantes en su forma y materiales. El origen de este modelo suele situarse en Salamanca, uno de los principales núcleos de fabricación de estos muebles tan vistosos y decorativos.

 

Bibliografía:

  • Aguiló Alonso, Maróa Paz, El Mueble en España. Siglos XVI-XVII. Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Madrid, 1994.
  • Lozoya, Marqués de, Muebles de Estilo Español desde el Gótico hasta el siglo XIX con el Mueble Popular, Gustavo Gil, Barcelona, 1975.